jueves, 11 de octubre de 2012

Agua

De los días fríos y mudos, del calor aplastante de mis brazos,
 de la lluvia infinita que despojo por los ojos, preguntas tú por qué he de tocarte con desgano,
 y pregunta la otra por qué no he cesado de acariciarla, 
me pregunto yo cómo es que son distintas pero iguales, 
cómo bailan al caminar y cómo enamoran ésta alma loba en la ciudad, 
un día una, al siguiente tú, y de cabecera todas las dulces palabras que den ambas,
 prisión sin presión es como me hacen sentir,
 atada a la mirada más dulce y los oídos más pacientes que jamás habría podido encontrar si no es aquí, 
a veces a tu lado y otras tantas no del lado tal, sino de tras,
 mirándote y aprendiendo el recorrido de cada fino cabello que mueve el viento tibio, 
dónde si no es aquí mesuraría el corazón con pájaros que poco saben de libertar y reclaman alas, deber de ser, de estar, de mirar/te/me/la, quisieras un día tú saber cómo yo te quiero, 
quisieras un día tú sentir el ardor de mi pecho hacia el tuyo, 
supieras entonces la manera en que he de colarme bajo la luz para espiar tu piel,
 y sabrías al final del tiempo que morirías si fueras yo, 
porque entenderías que las manos se vuelven agua al tocarte, al imaginarte, 
y con ellas, me vuelvo agua yo... 
me absorbe la tierra y nazco de nuevo en tu jardín como la flor más hermosa que nunca antes percibió alguno de tus sentidos, 
tanto he de quererte mujer, que nacería en tus praderas cada primavera,
 sólo para sentir tu caricia en el pétalo que eligieras.


A nadie en particular y como es de costumbre, a las hermosas mujeres del planeta, es decir, a todas en general.
-Que el romanticismo no acabe jamás, y aunque las almas estén heridas por el falso orgullo, que escriban una y otra vez, porque calmar al espíritu intranquilo, es calmar el pensamiento atropellador que guardamos en el pecho.

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